Algo no iba bien, sentía la oscuridad lamiendo su piel, trapendo por sus piernas, atenazando su garganta. Una noche cerrada, sin luna, sin nada. De repente se dio cuenta de lo que ocurría, ¡Las estrellas habían desaparecido! Se incorporó bruscamente intentando calmar su respiración agitada. Sus estrellas, sus dulces estrellas, había perdido las almas que con tanta fé le habían sido confiadas. Con sus dos manitas estrujó la manta contra su cara, escondiendo los labios temblorosos, apretando las mandíbulas, cris, cras, una contra otra.
Hacía mucho tiempo que la luna decidió encomendar la responsabilidad del alma a un tercero. Los seres humanos ennegrecían el brillo de su luz interior, aprisionaban la libertad de su ser entre humos y radiaciones y aplastaban su única vía de escape hacia su verdadero ser, su alma. Así, una pequeña estrella lejana, Alma, se encargó de todas las demás. Todas las noches saltaba de estrella a estrella, con la cabeza bien alta, sonriendo a la luna y retocando la pureza de cada estrella con la punta de sus pies.
Pero aquella noche no había estrellas sobre las que saltar, porque todas se habían apagado. Alma estaba encerrada en su pequeña estrella, sin camino y sin destino, sin futuro y si compañía. Ella sola.
En la tierra, los seres humanos seguían enfrentados. El rencor, el odio, la impaciencia, la superficilidad y el individualismo habían contaminado el cielo cubriéndolo de una capa rosácea. Pronto olvidaron las estrellas, y con ellas se desprendieron del brillo de su ser. Arriba ya sólo queda la estrella de Alma, ahora una luz ténue, un punto de esperanza olvidado. Alma sigue luchando y algunas noches, cuando nuestros sueños se interrumpen de golpe y sentimos que la pesadilla ha terminado, deberíamos mirar al cielo. Allí veríamos a Alma saltando a oscuras, intentando encender nuestra estrella, dando un soplo de energía a nuestro ser, a nuestro yo.
No puedo dejar de decir
ResponderEliminarque hay idiomas perfectos por descubrir
y que son olvidados frecuentemente
en el tedio del tiempo
y hay que buscarlos,
porque los barcos y las piedras
tienen abecedarios mejores
para demostrar que son bellos sencillamente
sin palabras o esquemas.
No puedo dejar de decir
que esta triste canción a tu lado oscurece
que quizás este sea el último misterio
que mirarán tus ojos nacer de mis manos,
pues es tarde quizás para mí
y Caín me ha marcado sobre la frente
pero quiero alertarte de un gran peligro
y quisiera encenderte esta frase en la mente.
Cuida bien tus estrellas, mujer
Cuida bien tus estrellas
Cuida bien tus estrellas, mujer
y que nunca las pierdas.
SILVIO RODRÍGUEZ. 1969